La seua neta Juana María escriu:
Su profesión…
José Sanz Esteve, hijo de Adelaida y Evaristo, nació el 1 de agosto de 1903 en Fuente la Higuera. Era el segundo de cinco hermanos. Familia vinculada al ferrocarril, su madre ejerció de guardabarrera en La Encina, una pedanía de Villena, su padre Evaristo, sus hermanos Evaristo y Juan, y también su cuñado José, tuvieron diferentes oficios en el ferrocarril.
Era un hombre con inquietudes y ganas de mejorar en la vida y por eso comenzó a formarse cuando se fue a Oviedo a cumplir el servicio militar, en el 1r Regimiento de Ferrocarriles, y allí, ya se hizo Agente militar para Agujas y Enganches, posteriormente, en 1926, pasó su examen para ejercer de Guardafreno, tuvo diferentes destinos: Valencia, Reus, y por último Irún, donde estaba al servicio de la “Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España”. Finalmente, en noviembre de 1932, se vio en la necesidad de jubilarse del servicio, debido a la ley de Azaña, y se trasladó a vivir a Fuente la Higuera.
Él siempre añoró su trabajo, y por eso pidió en repetidas ocasiones reingresar en el mismo, como en abril de 1935, hasta que finalmente, en julio de 1936 es autorizado para presentarse al servicio. En mayo de 1938 le inscribieron como soldado del Batallón de Obras y Fortificaciones, donde prestó servicio desde que le llamaron hasta el final de la contienda.
Su familia…
En cuanto a su familia, tenía dos hermanos y dos hermanas. Se casó en diciembre de 1928 con su novia de siempre, María, se conocían desde pequeños y tuvieron una hija, llamada María, también, que nació en diciembre dos años más tarde.
Hombre muy familiar, tenía una estupenda relación con toda su familia, la natural y la política. Hombre íntegro, solidario y disciplinado, le gustaba respetar y ser respetado, amaba la libertad. Entre sus aficiones, escuchar música y salir a cazar con su perra. También le gustaba realizar tareas del campo y trabajar con las manos, lo que hoy diríamos, aficionado al bricolaje.
Muy arraigado en su pueblo, Fuente la Higuera, por eso quiso que su hija naciera allí. Y hasta allí fue su esposa a dar a luz. Adoraba a su familia y deseaba para su hija un futuro maravilloso, lleno de estudios y oportunidades, que él, por ser de familia numerosa, se tuvo que labrar, por sí mismo.
Por eso deseaban que su única hija, no tuviera ninguna dificultad, proporcionándole todo lo necesario. Pero los planes familiares, por desgracia, pronto se truncaron y su hija quedó huérfana a la temprana edad de 8 años.
Su recuerdo…
Recuerdo a nuestro abuelo, José Sanz Esteve.
Eras un hombre decente, honrado, trabajador, disciplinado, te esforzaste en la vida para prosperar, tener una familia estupenda, tener un buen trabajo, amabas la libertad y la democracia… Pero el éxito ajeno nunca fue inspirador, más bien objeto de envidia, que todo lo emponzoña. Sólo vemos el resultado final, no el camino de esfuerzo y el trabajo realizado.
¿Cuál fue tu mayor delito, acaso despertar envidias o rencores?, ¿quién te condenó para siempre, los mismos sentimientos tan recurrentes y bajos? Nuestra guerra civil fue una situación tan surrealista y extrema, en la que se enfrentaron vecinos, amigos, familiares y donde, los mismos hechos te convertían en héroe o villano, según quien los juzgase. Primero había que defender la legalidad vigente (la libertad, la democracia, y la república) con obediencia y responsabilidad, y después los mismos argumentos se volvían en tu contra, y eran utilizados para condenarte, con algún agravante más, como mentiras añadidas, imprecisiones, falsos testimonios, …
Mucho luchaste para no perecer, para que te hicieran justicia, pero no pudo ser, o alguien quiso que no pudiera ser, o tal vez la fatalidad se confabulara contra ti, ¿quién lo sabe? Parece ser que todos te fallaron, algunos de tus compañeros de presidio, que sabían lo que de verdad había ocurrido, y que al final no te exculparon, incluso alguno que parecía estar implicado; además de los verdaderos culpables que jamás se presentaron, al igual que el clérigo, que se volatilizó, … todos los intentos fueron en vano
Todos los condenados intentaban salvarse, el método era lo de menos, que, al fin y al cabo, sólo tenemos una vida y nadie está dispuesto a regalarla y no defenderla, sea como sea. Pero ¿por qué? Esa es la cuestión, ¿por qué acusarte falsamente?, ¿por qué destrozarte la vida? ¿Quién quiso cobrarse, destruyéndote, su propia cobardía? Esas preguntas sin respuesta, ese amargarte la vida, por mucha empatía que tengamos nadie puede saber lo que sentías, como fue tu agonía, tu incapacidad, tu desesperanza, tu desconsuelo, tu desánimo, como ver que tu vida se deshacía día a día, y segundo a segundo. Sin herramientas para defenderte, sólo las injustas y falsas acusaciones, algunas de oídas. ¿Dónde estaba realmente tu abogado defensor?, en esa pantomima de juicios que se hacían, en los que ya entrabais sentenciados.
A otros, les conmutaron la pena máxima, por penas de cárcel, aquella dura cárcel que permitía conservar la vida y ver a los hijos crecer, y también sufrir. En un sufrimiento compartido, a ambos lados de las rejas. Y sólo un consuelo, sobrevivir, y recibir las visitas de tu familia, que a ti tanto te alimentaban, incluso más que la comida.
Siempre quisiste demostrar tu inocencia, y una de tus mayores preocupaciones era que tu familia no viviera creyéndote culpable y soportando esa terrible losa, así como el señalamiento social, y por eso insistías e insistías en querer demostrar tu inocencia, honradez y limpieza, “no tengo las manos manchadas en nada” repetías, “padre, puede ir con la cara bien alta”, -a tu padre decías-, “tengo testigos de todo lo que me acusan”, “no soy un asesino ni ladrón”, “cuando quemaron la iglesia, yo estaba en casa con mi familia, mi esposa bien lo sabe”, “todo el pueblo sabe que no voy a los cafés a orientar a nadie”, …
Lo sabían, lo sabían, aunque sin querer o sin poder, pero al final no hicieron nada, sólo dejar pasar el tiempo, que, a ti, se te agotaba. De alguna manera desde tu querido pueblo, Fuente la Higuera, el mismo que te vio nacer, no te ayudaban, ni siquiera con el certificado de buena conducta que pedías, y sabían que tenías ¿quizá era desde allí, donde algunos, todo lo urdían…? Por eso un último ruego a tu esposa, “no te quedes a vivir en el pueblo”, con amargura le decías. Y así lo hizo.
¡Tu dolor inmenso por perder tu vida y dejar a tu amada esposa, el amor de tu vida, y a tu adorada hija, que tanto querías, a la que no podrías educar, ni disfrutar de su compañía! ¡Tus padres, hermanos y hermanas, y demás familia!
Sabías que morirías siendo un hombre inocente y honrado. Viviendo la incertidumbre de cuando sería, – a otros van llamando, ¿acaso, será hoy mi día? – te llenabas de sudores y temblores, y respirabas un poco al acabar el día, muchas noches en vela y algunas envueltas en llanto, por todo lo que dejabas: toda tu vida, tu familia y los amigos que se iban, además de por la injusticia que contigo cometían, pero, aunque sacabas fuerzas, temías el amanecer porque de nuevo las mismas angustias traía… ¡y así hasta el final de tus días!, el 6 de noviembre de 1939 a las 5 de la tarde en el Terrer de Paterna, tu y otros 16 hombres de tu pueblo, ante un piquete de asesinos comandados, ese fue tu último y negro día.
Pero quiero decir que tu familia siempre te recordó con mucho amor, te quiso, te respetó, siempre estuviste presente, conservando tu lugar de esposo y padre intactos, esa familia que se sintió tan orgullosa de ti, como ahora, al recordarte y para nosotros siempre fuiste un hombre INOCENTE Y HONRADO, un ejemplo a seguir, y un modelo de bonhomía. Hoy te damos de nuevo la bienvenida, ¡ahora que ya sabemos ciertamente que eres tú! Tu querida hija, María, en la que dejaste un vacío infinito y que siempre te añoró, al igual que tu amada esposa. Ella – tu hija- te ayudó a reconocerte, es lo último y maravilloso que pudo hacer por ti, ¡ya ves la fuerza que tiene nuestra sangre! Aunque ella, tristemente nos dejó, unos días antes de saber, que ya venías. Te marcó el camino de vuelta a casa, para alcanzar después de toda una vida, ese descanso que da, la reparación del tremendo daño causado. ¡Espero que, por fin, los tres os fundáis en un eterno y ansiado abrazo!
Descansa en paz, en el seno de tu familia, que te acogemos con los brazos abiertos, y ya no te dejaremos marchar.
Como siempre te despedías en tus cartas, ¡a Dios! Muchos besos y un fuerte abrazo.
Familia Martínez Sanz.
Verdad, Justicia y Reparación.